No es ningún secreto que la mayoría de los estudios bíblicos y oficinas de la iglesia están llenos de un número desproporcionado de mujeres. ¿Por qué? Porque, como escribió San Juan Pablo II en su Carta apostólica sobre la dignidad y la vocación de la mujer, «Cristo habla a las mujeres de las cosas de Dios, y ellas las entienden; hay una verdadera resonancia de mente y corazón, una respuesta de fe. Jesús expresa aprecio y admiración por esta respuesta claramente 'femenina'». (n. 15) Este es un gran don y la razón por la que muchas mujeres están más naturalmente inclinadas a la fe y a involucrarse en los ministerios de la Iglesia. Sin embargo, este don viene acompañado de la tarea de llevar esa fe y ese amor de Dios que experimentan al hogar y compartirlo con todos, construyendo una cultura de fe en casa. La maternidad no es sólo la entrega física de la vida, como vemos en tantos corazones generosos que han adoptado y acogido niños en sus corazones y hogares. La educación del carácter y de las virtudes, así como la formación espiritual de vuestros hijos, la comunicación de la gracia y de la vida de Cristo a ellos, es una continuación de vuestra maternidad y una participación en la maternidad de la Iglesia. ¡Gracias a todas nuestras mamás que nos han dado la vida y nos han traído a la Iglesia para recibir la vida de Cristo en los Sacramentos!